miércoles, 22 de enero de 2020

12. ¿Cómo celebramos nuestra fe? (IV) [4/3/20]


LOS SACRAMENTOS DEL SERVICIO

1. Introducción
Los sacramentos del servicio, Orden y Matrimonio, tienen en común que están ordenados a otras personas, «confieren una gracia especial para una misión particular en la Iglesia, al servicio de la edificación del Pueblo de Dios. Contribuyen especialmente a la comunión eclesial y a la salvación de las almas» (CCIC, 321).

2. El sacramento del Orden
El sacramento del orden sacerdotal consiste en la consagración al ministerio del servicio a la Iglesia y a Dios. Esto exige a la persona consagrada dedicación plena y libre disposición a Dios. Sin embargo, «mediante el Orden, el sacerdote recibe un don, una fuerza particular y una misión a favor de sus hermanos en la fe» (YOUCAT, 249).
Su denominación está íntimamente relacionada con entrar a formar parte del cuerpo eclesial (Orden) «mediante una especial consagración (Ordenación) que, por un don singular del Espíritu Santo, permite ejercer una potestad sagrada al servicio del Pueblo de Dios en nombre y con la autoridad de Cristo» (CCIC, 323).
Los sacerdotes de la Antigua Alianza consideraban que su tarea era la mediación entre lo celestial y lo terreno. Puesto que Cristo es el único «mediador entre Dios y los hombres» (1Tim 2,5), es Él quien ha cumplido y finalizado ese sacerdocio (YOUCAT, 250). El sacerdote católico que administra los sacramentos, no actúa por su propio poder o en virtud de su perfección moral sino «in persona Christi». De ahí que un signo inequívoco para reconocer a un auténtico sacerdote sea la humildad ante su propia vocación.

PARTICULARIDADES DEL SACRAMENTO DEL ORDEN
– ¿Cuántos grados tiene el sacramento del Orden? El sacramento del Orden se compone de tres grados, que son insustituibles para la estructura orgánica de la Iglesia: el episcopado (obispos), el presbiterado (sacerdotes) y el diaconado (diáconos).
– ¿Cuál es el efecto de la Ordenación episcopal?  La Ordenación episcopal da la plenitud del sacramento del Orden, hace al obispo legítimo sucesor de los Apóstoles y le confiere los oficios de enseñar, santificar y gobernar (CCIC, 326).
¿Cuál es el efecto de la Ordenación presbiteral? La unción del Espíritu Santo configura al presbítero a Cristo sacerdote y lo hace capaz de actuar en nombre de Cristo Cabeza.  El sacerdote es consagrado para predicar el Evangelio, celebrar el culto divino ­­­–sobre todo la Eucaristía− y ser pastor de los fieles.
¿Cuál es el efecto de la Ordenación diaconal? El diácono, configurado con Cristo, es ordenado para el servicio de la Iglesia, y lo cumple bajo la autoridad de su obispo, en el ministerio de la Palabra, el culto divino, la guía pastoral y la caridad.
¿Cómo se celebra el sacramento del Orden? En cada uno de sus tres grados, se confiere mediante imposición de manos sobre la cabeza del ordenando por parte del obispo, quien pronuncia la solemne oración  consagratoria. Con ella, el obispo pide a Dios para el ordenando una especial efusión del Espíritu Santo y de sus dones, en orden al ejercicio de su ministerio.
– ¿Quién puede recibir este sacramento? Puede ser ordenado válidamente como diácono, presbítero y obispo el varón bautizado, católico que es llamado a este ministerio por la Iglesia.
– ¿Por qué la mujer no puede recibir este sacramento? La decisión de reservar el orden sagrado únicamente a los varones no debe entenderse como un desprecio a la mujer. Ante Dios varón y mujer tienen la misma dignidad pero diferentes tareas y carismas. Para la Iglesia es vinculante el hecho de que Jesús eligiera para la Última Cena exclusivamente a varones. El papa san Juan Pablo II declaró en 1994 que «la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia».
– ¿Se exige el celibato para recibir el sacramento del Orden? Jesús vivió célibe y con ello quiso expresar su amor indiviso a Dios Padre. Asumir la forma de vida de Jesús y vivir en castidad es desde tiempo de Jesús un signo de amor, de la entrega plena al Señor y de la total disponibilidad para el servicio. Por lo tanto, para el episcopado se exige siempre el celibato. Para el presbiterado, en la Iglesia latina, son ordinariamente elegidos hombres creyentes que viven como célibes y tienen voluntad de guardar el celibato «por el Reino de los Cielos» (Mt 19,12); en las Iglesias orientales no está permitido contraer matrimonio después de haber recibido la ordenación. Al diaconado permanente pueden acceder también hombres casados.
– ¿Qué efectos produce el sacramento del Orden? El sacramento del Orden otorga una efusión especial del Espíritu Santo, que configura con Cristo al ordenado en su triple función de Sacerdote, Profeta y Rey, según los respectivos grados del sacramento. La ordenación confiere un carácter espiritual indeleble, por eso no puede repetirse ni conferirse por un tiempo determinado.

3. El Sacramento del Matrimonio
Dios, que es amor y creó al hombre por amor, lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el Matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos, «de manera que ya no son dos, sino una sola carne» (Mt 19,6). Al bendecirlos, Dios les dijo: «Creced y multiplicaos» (Gn 1,28). Por ello, la alianza matrimonial está ordenada, por su propia naturaleza, a la comunión y al bien de los cónyuges, y a la procreación y educación de los hijos.

PARTICULARIDADES DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
– ¿Cómo se lleva a cabo el sacramento del Matrimonio? Mediante una promesa hecha ante Dios y ante la Iglesia, que es aceptada y sellada por Dios y se consuma por la unión corporal de los esposos. Dado que es Dios mismo quien anuda el vínculo del matrimonio sacramental, este vínculo une hasta la muerte de uno de los contrayentes «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mc 10,9).
¿Qué enseña el Antiguo Testamento sobre el Matrimonio y qué novedad aporta Cristo al mismo? Dios ayuda a su pueblo a madurar progresivamente, sobre todo mediante la pedagogía de la Ley y los Profetas, en la conciencia de la unidad e indisolubilidad del Matrimonio. La alianza nupcial entre Dios e Israel prepara y prefigura la Alianza nueva realizada por el Hijo de Dios, Jesucristo, con su esposa, la Iglesia. Jesucristo no sólo restablece el orden original del Matrimonio querido por Dios, sino que otorga la gracia de vivirlo en su nueva dignidad de sacramento, que es el signo del amor esponsal hacia la Iglesia: «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo ama a la Iglesia» (Ef 5,25).
¿Qué se requiere necesariamente para poder casarse por la Iglesia?  Para que haya matrimonio sacramental se requieren necesariamente tres elementos: a) el consentimiento expresado en libertad, b) la aceptación de una unión exclusiva y para toda la vida y c) la apertura a los hijos.
¿Por qué es indisoluble el matrimonio ? Por tres razones:  1)  porque corresponde a la esencia del amor entregarse mutuamente sin reservas; 2) porque es una imagen de la fidelidad incondicional de Dios a su creación; y 3) porque representa la entrega de Cristo a su Iglesia, que llegó hasta la muerte en Cruz.
¿Cuál es la amenaza al Matrimonio? A causa del primer pecado, que ha provocado también la ruptura de la comunión del hombre y de la mujer, donada por el Creador, la unión matrimonial está muy frecuentemente amenazada por la discordia y la infidelidad. Sin embargo, Dios, en su infinita misericordia, da al hombre y a la mujer su gracia para realizar la unión de sus vidas según el designio divino original.
– ¿Cuáles son los efectos del sacramento del Matrimonio? El sacramento del Matrimonio crea entre los cónyuges un vínculo perpetuo y exclusivo. Dios mismo ratifica el consentimiento de los esposos. Confiere a los esposos la gracia necesaria para alcanzar la santidad en la vida conyugal y acoger y educar responsablemente a los hijos.
– ¿Cuáles son los pecados gravemente contrarios al sacramento del Matrimonio? El adulterio; la poligamia en cuanto contradice la unidad y exclusividad del amor conyugal entre un hombre y una mujer; el rechazo de la fecundidad; y el divorcio, que contradice la indisolubilidad del sacramento.
– ¿Cuándo admite la Iglesia la separación física de los esposos? Cuando la cohabitación entre ellos se ha hecho prácticamente imposible, aunque procura su reconciliación. Por ello, mientras viva el otro cónyuge, no son libres para contraer una nueva unión, a menos que el matrimonio entre ellos sea declarado nulo por la autoridad eclesiástica.
– ¿Cuál es la actitud de la Iglesia ante los divorciados vueltos a casar (por lo civil, se entiende)? Fiel al Señor, la Iglesia no puede reconocer como Matrimonio la unión de divorciados vueltos a casar civilmente. «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio» (Mc 10,11-12). Hacia ellos la Iglesia muestra una atenta solicitud, invitándoles a una vida de fe, a la oración, a las obras de caridad y a la educación cristiana de los hijos; pero no pueden recibir la absolución sacramental, acercarse a la comunión eucarística, ni ejercer ciertas responsabilidades eclesiales, mientras dure tal situación, que contrasta objetivamente con la ley de Dios.
– ¿Por qué la familia cristiana es llamada «Iglesia doméstica»? Porque manifiesta y realiza la naturaleza comunitaria y familiar de la Iglesia en cuanto familia de Dios. Cada miembro, según su propio papel, ejerce el sacerdocio bautismal, contribuyendo a hacer de la familia una comunidad de gracia y oración, escuela de virtudes humanas y cristianas y lugar del primer anuncio de la fe a los hijos.

5. Reflexión YOUCAT
«Sólo Cristo es verdadero sacerdote, los demás son ministros suyos»
San Agustín
(354 Tagaste – 430 Hipona)

«El amor se perfecciona en la fidelidad»
Sören Kierkegaard
(1813-1855  filósofo danés)


6. Lecturas recomendadas
- SANTA BIBLIA: (1Tim 2,5); (Gn 1,28); (Mt 19,6; 19,12); (Ef 5,25); (Mc 10,9; 10,11-12).
- COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA: 321-350
- YOUCAT: 249-273






lunes, 20 de enero de 2020

13. Vivir como Jesús (I) [28/3/20]

LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA

1. Introducción
«La dignidad humana está arraigada en su creación a imagen y semejanza de Dios. Dotada de alma espiritual e inmortal, de inteligencia y de voluntad libre, la persona humana está ordenada a Dios y llamada, con su alma y su cuerpo, a la bienaventuranza eterna» (CCIC, 358).
Este texto del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica trata de varios aspectos relacionados con la naturaleza humana y sus atributos, veamos detenidamente cada uno de ellos.
En primer lugar nos ofrece la visión del hombre como creación de Dios y conformado a su imagen y semejanza. Esto nos indica que, realmente, nuestra naturaleza humana, es también divina y, como tal, todo ser humano lleva implícito en sí mismo el anhelo inherente de volver a su origen, a su creador, a Dios. No en balde, inmediatamente después, el texto nos dice que estamos dotados de alma espiritual e inmortal –algo exclusivo del ser humano en el mundo material– y dotados de inteligencia y voluntad libre, es decir, libre albedrío. Esto tiene que hacernos caer en la cuenta de la necesidad de saber qué hacer para que ese alma espiritual e inmortal no se deteriore o degenere sino, por el contrario, alcance su máximo grado de potencialidad. Pues para ello hemos de contar con la inteligencia, que nos permite ver las cosas desde y a través de la razón y la libre voluntad de hacer. Es entonces cuando surge el problema de la libertad.
2. ¿Qué es la libertad?
Nos dice el CCIC (363) que «La libertad es el poder dado por Dios al hombre de obrar o no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar de este modo por sí mismo acciones deliberadas. La libertad es la característica de los actos propiamente humanos». Pero esto no quiere decir que haciendo uso de esa libertad, las consecuencias de hacer algo o hacer lo contrario sean las mismas. Por ejemplo, una persona puede hacer uso de su libertad para «abrazar» una adicción, sin embargo, aún habiendo usado su libertad para tomar esa decisión, la consecuencia de esa acción «libre» va a ser inexorablemente  la «esclavitud» a esa dependencia. Por ello, hemos de entender que el uso de la libertad no siempre nos hace libres, pues tiene dos caminos con metas totalmente contrarias: uno que nos lleva de vuelta a Dios, nuestro creador, impulsados por ese anhelo de satisfacción eterna; y el otro es un camino de apariencia de libertad que esconde una terrible realidad: la esclavitud del pecado.
«En este sentido, la libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida que estos son voluntarios» (CCIC, 364).
3. ¿Qué significa que «la persona está ordenada a Dios y llamada, con su cuerpo y alma a la bienaventuranza eterna»?
Dios ha puesto en nuestro corazón un deseo tan infinito de felicidad que nadie o nada puede saciarlo, sólo Dios mismo. Todas las satisfacciones terrenas nos dan únicamente un anticipo de la felicidad eterna. Pero ¿cómo hacemos en este mundo terrenal para no errar ese camino de vuelta hacia la felicidad? ¿Tiene el Evangelio un camino para alcanzar esa felicidad? Todo el Evangelio es una promesa de felicidad para todas las personas que quieran recorrer el camino de Dios, pero de manera singular lo vemos articulado en las palabras que Jesús enseñó en el sermón de la montaña: las bienaventuranzas. Jesús nos ha dicho que contaremos con una bendición infinita si seguimos su estilo de vida y buscamos la paz con un corazón limpio. Por tanto, se hace urgente que conozcamos y pongamos en práctica las enseñanzas de Jesús contenidas en las bienaventuranzas, pues, como nos dice el Papa Francisco son un «programa de vida cristiana» (la cursiva es el texto del evangelio de Mateo y los corchetes reflexiones personales):
1. Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. [Quienes tienen su corazón rebosante de satisfacciones mundanas, no tienen sitio para Dios.]
2. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. [La violencia, en ningún caso es buena compañera de viaje, por ello Jesús nos enseña con su ejemplo que la mansedumbre es el camino.]
3. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. [El mundo edonista en el que vivimos no soporta el dolor y el sufrimiento, pero la enseñanza de nuestro Señor es que el camino del cristiano es el camino de la cruz, pues después del dolor y de las lágrimas vendrá la eterna alegría.]
4. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. [En cualquier caso, hemos de luchar incansablemente contra la injusticia, venga de donde venga y afecte a quien afecte.]
5. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. [Misericordioso es quien se apiada de las miserias del otro y le perdona todas sus faltas, si nosotros somos un ejército de perdonados por nuestro Redentor, ¿cómo no vamos a perdonar al prójimo?, ¿en qué pensamos cuando rezamos el Padrenuestro?]
6. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. [Es la purificación de nuestro corazón la que nos permitirá ver a quien anhelamos ver y no vemos por esa falta de «higiene espiritual».]
7. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. [En toda guerra no hay vencedores y vencidos –aunque así nos lo quieran «vender»–, en una guerra todos pierden y por ello, Jesús nos invita a luchar por la paz.]
8. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. [Debemos recordar que vivimos en un mundo que se vende al pecado, y cuando nuestras palabras o acciones exponen la maldad o la mentira de los demás, es causa de irritación en la sociedad, ya que hay un sentimiento de intimidación que trata de apartar la justicia de Dios.]
9. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa [¿Cuántos cristianos están siendo perseguidos por leyes injustas y condenados por denuncias falsas guiadas por el odio al prójimo si no es de mi opinión o religión? Recemos por ellos para que Dios les consuele en lo material y en lo espiritual y les de fortaleza y esperanza eterna.] Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo (Mt 5, 3-12).
«La Bienaventuranzas son el centro de la predicación de Jesús, recogen y perfeccionan las promesas de Dios, hechas a partir de Abraham. Dibujan el rostro de Jesús, y trazan la auténtica vida cristiana, desvelando al hombre el fin último de sus actos: la bienaventuranza eterna» (CCIC, 361). Bajo esta perspectiva, ¿qué es «la bienaventuranza eterna»?
«En Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo hay vida, alegría y comunión sin fin. Ser introducido allí será una felicidad inconcebible e ilimitada para nosotros los hombres (YOUCAT, 285)», en esto consiste la misericordia eterna.
Para conseguir desarrollar este programa de vida cristiano conviene ejercitarse en una serie de conductas que nos ayudan a cumplir con los preceptos divinos, esto es el cultivo de las virtudes.
4. ¿Qué son las virtudes?
«Una virtud es una actitud interior, una disposición estable positiva, una pasión puesta al servicio del bien» (YOUCAT, 299). «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Efectivamente, el cultivo de las virtudes es el camino que nos acerca a la perfección del Padre. Pero esto no podríamos hacerlo sin la gracia de Dios, pues con su ayuda podremos formar en nosotros actitudes firmes para no entregarnos a ninguna pasión desordenada, orientando inequívocamente las potencias del entendimiento y la voluntad hacia la realización del bien. Sin embargo, este planteamiento general puede resultarnos poco práctico, poco concreto para la mentalidad pragmática de nuestras sociedades, por ello, la Iglesia ha clasificado las virtudes en dos categorías: humanas y teologales. Veamos cada una de ellas.
VIRTUDES HUMANAS
«Las virtudes humanas son perfecciones habituales y estables del entendimiento y la voluntad, que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta en conformidad con la fe y la razón» (CCIC, 378). Las principales virtudes humanas son llamadas cardinales, que agrupan a las demás y que constituyen la base de la vida virtuosa: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Prudencia. La prudencia dispone la razón a discernir lo esencial de lo accidental, en cada circunstancia, a buscar nuestro verdadero bien y a elegir los medios adecuados para alcanzarlo. Es la guía de las demás virtudes, indicándoles su regla y medida.
Justicia. Es la constante y firme voluntad de dar «a cada uno lo suyo». La justicia se esfuerza por la compensación y anhela que los hombres reciban lo que les es debido.
Fortaleza. La fortaleza asegura la firmeza ante las dificultades y la constancia en la búsqueda del bien, incluso cuando en caso extremo deba sacrificar hasta la propia vida.
Templanza. Modera la atracción de los placeres, asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados.
VIRTUDES TEOLOGALES
Las virtudes teologales son la fe, la esperanza y la caridad, y garantizan la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano.
Fe. Es la virtud por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha revelado y por la que nos vinculamos personalmente a Él. Por la fe, el hombre se abandona libremente a Dios; por ello, el que cree trata de conocer y hacer la voluntad de Dios, ya que «la fe actúa por caridad» (Ga 5,6).
Esperanza. Mediante la esperanza deseamos y esperamos de Dios la vida eterna como muestra de felicidad, confiando en las promesas de Cristo, y apoyándonos en la gracia del Espíritu Santo para merecerla y perseverar hasta el fin de nuestra vida.
Caridad. Mediante la caridad amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios.
5. ¿Qué son los dones del Espíritu Santo?
Son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir las inspiraciones divinas, cuando el hombre abre su corazón al Espíritu. Son siete: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
6. ¿Qué son los frutos del Espíritu Santo?
Son perfecciones plasmadas en nosotros como primicias de la gloria eterna. La Tradición de la Iglesia enumera doce: «caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad» (Ga 5,22-23) [Vulgata].
7. ¿Qué es el pecado?
El pecado es «una palabra, un acto o un deseo contrarios a la Ley eterna» (San Agustín). Es una ofensa a Dios, a quien desobedecemos en vez de responder a su amor.
DIVERSIDAD DE PECADOS
La diversidad de pecados es grande:
-      Pueden distinguirse según su objeto, según las virtudes o según a los mandamientos a los que se oponen.
-      Pueden referirse directamente a Dios, al prójimo o a nosotros mismos
-      Se les puede diferenciar también como pecados de pensamiento, palabra, obra y omisión.
-      Según la gravedad del pecado pueden ser veniales o mortales. Pecado mortal: Se comete pecado mortal cuando se dan a la vez materia grave, plena advertencia y deliberado consentimiento. Este pecado nos priva de la gracia santificante y, a menos que nos arrepintamos, nos conduce a la muerte eterna (infierno). Se perdona mediante el sacramento del Bautismo y mediante el sacramento de la Penitencia. Pecado venial: Se da pecado venial cuando se trata de materia leve; o bien, cuando siendo grave la materia, no se da plena advertencia o perfecto consentimiento. Este tipo de pecado no rompe la alianza con Dios, sin embargo, debilita la caridad, entraña un afecto desordenado a los bienes creados, impide el progreso del alma y merece penas temporales de purificación.
¿QUÉ SON LOS VICIOS?
Son costumbres negativas adquiridas que adormecen y oscurecen la conciencia, abren a los hombres al mal y los predisponen al pecado. Los vicios humanos se encuentran en la cercanía de los pecados capitales: soberbia, avaricia, envidia, ira, lujuria, gula y pereza.
ESTRUCTURAS DEL PECADO
Son situaciones sociales o instituciones contrarias a la ley divina, expresión y efecto de los pecados personales.

LA COMUNIDAD HUMANA
8. ¿En qué consiste la dimensión social del hombre?
Junto a la llamada personal a la bienaventuranza divina, el hombre posee una dimensión social que es parte esencial de su naturaleza y de su vocación.
La persona es y debe ser principio, sujeto y fin de todas las instituciones sociales (familia, comunidad civil). Por ello, una auténtica convivencia humana requiere respetar la justicia y la recta jerarquía de los valores, así como subordinar las dimensiones materiales e instintivas a las interiores y espirituales.
9. Participación en la vida social
Toda sociedad humana necesita de una autoridad legítima que asegure el orden y que contribuya a la realización del bien común. Por bien común se entiende el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a los grupos y a cada uno de sus miembros el logro de la propia satisfacción.
El bien común supone:
-      El respeto y la promoción de los derechos fundamentales de la persona
-      El desarrollo de los bienes espirituales y temporales de la persona y la sociedad
-      La paz
-      La seguridad de todos
La realización más completa del bien común se verifica en aquellas comunidades políticas que defienden y promueven el bien de los ciudadanos y de las instituciones intermedias, y el bien universal de la familia humana.
Todos, según el lugar que se ocupa, participamos en la realización del bien común respetando las leyes justas y haciéndose cargo de los sectores en los que tiene responsabilidad personal, como el cuidado de la propia familia y el compromiso en el trabajo.
10. ¿Qué es la justicia social?
Cuando en una sociedad hay respeto por la dignidad y los derechos de la persona, se dice que existe justicia social. Todos los hombres gozan de igual dignidad y derechos fundamentales, en cuanto que, creados a imagen del único Dios y dotados de un misma alma racional, tienen la misma naturaleza y origen, y están llamados a Cristo, único Salvador. Por lo tanto, las desigualdades económicas y sociales inicuas que afectan a millones de seres humanos y que están en total contraste con el Evangelio, son contrarias a la justicia social, a la dignidad de las personas y a la paz.
Dios quiere que cada uno reciba de los demás lo que necesita, y que quien dispone de talento lo comparta con los demás. Estas diferencias alientan a las personas a la magnanimidad, la benevolencia y la solidaridad.
La solidaridad que emana de la fraternidad humana y cristiana se expresa ante todo mediante:
-      La justa distribución de bienes
-      La equitativa remuneración del trabajo, y en
-      El esfuerzo a favor de un orden social más justo

11. Reflexión YOUCAT
«… quien llora sus pasados desatinos da al Cielo gloria y al infierno espanto.»
Lope de Vega

12. Lecturas recomendadas
- SANTA BIBLIA: (Mt 5); (Ga 5).
- COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA: 357-414

sábado, 18 de enero de 2020

14. Vivir como Jesús (II) [12/5/20]

LOS 10 MANDAMIENTOS (I): del amor a Dios (3)

1. Introducción
La voluntad de Dios es el amor, que lo amemos a Él y que amemos a nuestros hermanos. Dios nos ha hecho hijos, no esclavos, y el amor de un hijo hacia su padre implica una decisión libre. Para que su voluntad se cumpla “así en la tierra como en el cielo”, Dios cuenta con nosotros pues, aunque no necesite de nosotros.
Esto es lo que Dios quiere. En cierto modo, su voluntad ya no puede ser cumplida sin nosotros. Él no puede salvarnos a pesar de nosotros, no puede obligarnos a aceptar su amor o a amarlo.
Sin embargo, esa Voluntad de Dios sintetizada en el amor a Él y a nuestros semejantes, puede resultarnos una empresa difícil de comprender y, especialmente, de realizar. Por ello, Dios en su infinita paciencia con sus criaturas, a lo largo de toda la Historia de la Salvación ha ido desarrollando Su Pedagogía Divina mediante los profetas y, en especial, con los Mandamientos que diera a Moisés para su cumplimiento por parte del Pueblo de Israel. En esos mandamientos está contenido el código de conducta de todo quien dice seguir la voluntad de Dios.

2. Los 10 Mandamientos
a. ¿Qué son los 10 Mandamientos?
Los 10 Mandamientos –también llamados «Decálogo»– son las «diez palabras» que recogen la Ley dada por Dios al pueblo de Israel durante la Alianza hecha por medio de Moisés (Ex 34,28). El Decálogo presenta los mandamientos del amor a Dios –los tres primeros– y del amor al prójimo –los siete restantes– para mostrar al pueblo elegido y a cada uno en particular, el camino de una vida liberada de la esclavitud del pecado (CCIC, 436).
b. ¿Cómo interpreta Jesús la Ley?
Jesucristo no vino a abolir la ley y los profetas sino a darle plenitud. Al joven que le pregunta: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?», Jesús le responde: «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» y después añade: «Ven y sígueme» (Mt 19,16). Y en otro momento: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley (Mt 5,17-18)». Sin embargo, Jesús interpreta la Ley a la luz del doble y único mandamiento de la caridad, que es su plenitud: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22, 37-40).
«La Ley no es abolida. Por el contrario, el hombre es invitado a encontrarla en la persona del divino Maestro, que la realiza perfectamente en sí mismo, revela su pleno significado y atestigua su perennidad» (CCIC, 434).
c. ¿Pero estos mandatos no son una cosa del pasado, qué tiene que ver con la Iglesia Católica? En absoluto están condicionados por el tiempo, pues en ellos se expresan los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, son inmutables y valen siempre y en todas partes (YOUCAT, 351). Es más, se podría decir que en ellos se sustenta la moral cristiana sobre la que, a su vez, se ha levantado la civilización occidental, a pesar de la crisis moral en la que estamos inmersos actualmente. Por lo tanto, la Iglesia Católica, fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, reconoce en el Decálogo una importancia y un significado fundamentales. Por lo que obliga gravemente porque enuncia los deberes fundamentales del hombre para con Dios y para con el prójimo (CCIC, 440) y no sólo eso, sino que obliga gravemente, nadie puede quedar dispensado de su cumplimiento.
d. ¿Es posible cumplir el Decálogo? Aparentemente podríamos afirmar que no, pues «el Espíritu está pronto pero la carne es débil» (Mc 14,38b). Sin embargo, Cristo, sin el cual nada podemos hacer, nos hace capaces de ello con el don del Espíritu Santo y de la gracia.

3. Mandamientos del amor a Dios
Los Mandamientos referidos al amor que manifestamos a Dios son los tres primeros, a saber:
I. Amarás a Dios sobre todas las cosas.
El enunciado del primer mandamiento, sintetiza el contenido de varios textos del Antiguo Testamento, concretamente del Éxodo y del Deuteronomio (ver documento). Veamos su significado.
a. «Yo soy el Señor, tu Dios» (Ex 20,2). Puesto que el Todopoderoso se nos ha mostrado como nuestro Dios y Señor, no debemos poner nada por encima de Él, no considerar nada más importante ni conceder a ninguna otra cosa o persona prioridad sobre Él. Conocer a Dios, servirle, adorarlo es la prioridad absoluta en la vida (CIC 2083-2094, 2133-2134).
b. «No habrá para ti otros dioses delante de mí» (Ex 20,3)  ¿Cómo debemos entender este mandato? Fundamentalmente como una prohibición articulada en los siguientes términos. En concreto este mandamiento prohíbe:
– El POLITEÍSMO y la IDOLATRÍA que diviniza a una criatura, el poder, el dinero, incluso el demonio.
– La SUPERSTICIÓN, que es una desviación del culto debido al Dios verdadero, y que se expresa también bajo las formas de adivinación, brujería y espiritismo.
– La IRRELIGIÓN, que se manifiesta en tentar a Dios con palabras o hechos; en el sacrilegio, que profana a las personas y las cosas sagradas, sobre todo la Eucaristía; en la simonía, que intenta comprar o vender realidades espirituales.
– El ATEÍSMO, que rechaza la existencia de Dios, apoyándose frecuentemente en una falsa autonomía; el agnosticismo, según el cual, nada se puede saber sobre Dios, y que abarca el indiferentismo y el ateísmo práctico.
c. «No te harás escultura ni imagen alguna…» ¿Este texto prohíbe el culto a las imágenes? Este mandato en el Antiguo Testamento prohibía representar a Dios, absolutamente trascendente. A partir de la Encarnación del Verbo, el culto cristiano a las sagradas imágenes está justificado (II Concilio de Nicea, año 787), porque se fundamenta en el Misterio del Hijo de Dios hecho hombre, en el cual, el Dios trascendente se hace visible. No se trata de una adoración a la imagen, sino de una veneración de quien en ella se representa: Cristo, la Virgen, los ángeles y los santos (CCIC, 446).
II. No tomarás el nombre de Dios en vano.
a. ¿Cómo se puede respetar el nombre de Dios? Respetando Su Nombre, invocándole, bendiciéndole, alabándole y glorificándole. Ha de evitarse, por tanto, el abuso de apelar al Nombre de Dios para justificar un crimen, y todo uso inconveniente de Su Nombre como la blasfemia, que por su propia naturaleza es un pecado grave; la imprecación (maldición o expresión que manifieste el deseo de que una persona reciba un daño o sufrimiento) y la infidelidad a las promesas hechas en nombre de Dios (CCIC, 447).
b. ¿Por qué está prohibido jurar en falso? Porque supone invocar en una causa a Dios, que es la Verdad misma, como testigo de una mentira (CCIC, 448).
c. ¿Qué es el perjurio? Es hacer, bajo juramento, una promesa con intención de no cumplirla, o bien violar la promesa hecha bajo juramento. Es un pecado grave contra Dios, que siempre es fiel a sus promesas (CCIC, 449)
III. Santificarás las fiestas.
En el Antiguo Testamento, Dios establece como día de la semana a santificar el sábado: «Recuerda el día sábado para santificarlo» (Ex 20,8). Dios ha bendecido el sábado y lo ha declarado sagrado, porque en ese día se hace memoria del descanso de Dios, el séptimo día de la Creación, así como de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto y de la Alianza que Dios hizo con su pueblo.
Sin embargo, para los cristianos, el sábado ha sido sustituido por el domingo porque éste es el día de la Resurrección de Cristo. Es el primero de todos los días y de todas las fiestas: el día del Señor en el que Jesús, con su Pascua, lleva a cumplimiento la verdad espiritual del sábado judío y anuncia el descanso eterno del hombre.
Pero ¿cómo se santifica el domingo? Tanto el domingo como las fiestas de precepto todo cristiano las santifica participando en la Eucaristía del Señor y absteniéndose de las actividades que impidan rendir culto a Dios o perturben la alegría propia del día del Señor o el descanso necesario del alma y del cuerpo (CCIC, 453).

4. Reflexión YOUCAT
«Sea el Señor alabado, que me libró de mí.»
Santa Teresa de Jesús
(1515 Ávila – 1582 Alba de Tormes)

5. Lecturas recomendadas
  • SANTA BIBLIA: (Ex 20); (Ex 34); (Mt 5); (Mc 14)
  • COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA: 434-454
  • YOUCAT: 348-366

martes, 14 de enero de 2020

15. Vivir como Jesús (III) [21/5/20]

LOS 10 MANDAMIENTOS (II): del amor al prójimo (7)

1. Introducción
Como ya se dijo en el tema anterior, los 10 Mandamientos están agrupados en dos grandes bloques: los mandamientos del amor a Dios –que son los tres primeros–; y los mandamientos del amor al prójimo –que son los siete restantes–. Que es la interpretación que –como ya hemos visto– Jesús hace de la Ley a la luz del doble y único mandamiento de la caridad, que es su plenitud: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22, 37-40).
¿Cuáles son estos mandamientos?:
4. Honrarás a tu padre y a tu madre.
5. No matarás.
6. No cometerás actos impuros.
7. No robarás.
8. No dirás falso testimonio ni mentirás.
9. No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
10. No codiciarás los bienes ajenos.
 Veamos una breve explicación de cada uno de ellos.

2. El cuarto mandamiento: «Honrarás a tu padre y a tu madre»
El cuarto mandamiento se refiere, en primer lugar, a los padres, pero también a las personas a quienes debemos nuestro bienestar, nuestra seguridad y nuestra fe (CIC 2196-2200, 2247-2248).
a. ¿Cuáles son los deberes de los hijos hacia los padres?
Los hijos deben a los padres piedad filial, es decir, reconocimiento, docilidad y obediencia, contribuyendo así –junto a las buenas relaciones entre hermanos– al crecimiento de la armonía y la santidad familiar. En caso de que los padres se encuentren en situación de pobreza, los hijos adultos deben prestarles ayuda moral y material (CCIC, 459).
b. ¿Cuáles son los deberes de los padres hacia los hijos?
Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos y los primeros anunciadores de la fe. Tienen el deber de amar y respetar a sus hijos como personas y como hijos de Dios, y proveer, en cuanto sea posible, a sus necesidades materiales y espirituales. En especial, tienen la misión de educarlos en la fe cristiana: el ejemplo, la oración, la catequesis familiar y la participación en la vida de la Iglesia serán los medios para conseguirlo (CCIC, 460).
c. ¿Cómo se ejerce la autoridad en los distintos ámbitos de la sociedad civil?
En los distintos ámbitos de la sociedad civil la autoridad de ejerce como servicio, respetando los derechos fundamentales del hombre, una justa jerarquía de valores, las leyes, la justicia distributiva y el principio de subsidiaridad. Cada cual, en el ejercicio de la autoridad, debe buscar el interés de la comunidad antes que el propio, y debe inspirar sus decisiones en la verdad sobre Dios, el hombre y el mundo (CCIC, 463).
d. ¿Cuáles son los deberes de los ciudadanos respecto a las autoridades civiles?
El amor y servicio de la patria, el derecho y deber del voto, el pago de los impuestos, la defensa del país y el derecho a una crítica constructiva.
e. ¿Cuándo un ciudadano no debe obedecer a las autoridades civiles?
Cuando las prescripciones de la autoridad civil se opongan a las exigencias del orden moral: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29).

3. El quinto mandamiento: No matarás.
La vida humana supone desde el principio la acción creadora de Dios, por lo tanto, la vida ha de ser respetada porque es sagrada. A nadie le es lícito destruir directamente a un ser humano inocente, porque es gravemente contrario a la dignidad de la persona y a la santidad del Creador: «No quites la vida del inocente y justo» (Ex 23,7).
Sin embargo, la legítima defensa de la persona y de la sociedad no va contra esa norma porque la opción de defenderse valora el derecho a la vida, propia o ajena, pero sin intención de matar. Cuando se es responsable de la vida de otro, la legítima defensa puede ser también un grave deber, lo que no debe suponer un uso de la violencia mayor que el necesario.
b. ¿Qué prohíbe el quinto mandamiento?
Las acciones gravemente contrarias a la ley moral que prohíbe este mandamiento son las siguientes:
– El homicidio directo y voluntario, así como la cooperación al mismo.
– El aborto directo querido como fin o como medio, así como la cooperación al mismo, bajo pena de excomunión. El ser humano debe ser respetado y protegido de modo absoluto en su integridad desde el instante de su concepción.
– La eutanasia directa, que consiste en poner término –con una acción u omisión de lo necesario– a la vida de las personas discapacitadas, gravemente enfermas o próximas a la muerte.
– El suicidio y la cooperación voluntaria al mismo, en cuanto que es una ofensa grave al justo amor de Dios, de sí mismo y del prójimo; en cuanto a la responsabilidad puede ser atenuada con particulares trastornos psíquicos o graves temores.
c. ¿Qué deberes tenemos hacia nuestro cuerpo?
Debemos tener un razonable cuidado de la salud –propia y ajena–, evitando el culto al cuerpo y todo tipo de excesos –alimentos, alcohol, tabaco y medicamentos–. Además han de evitarse el consumo de estupefacientes, que causan gravísimos daños a la salud y a la vida humana. Por consiguiente, los secuestros de personas y toma de rehenes, el terrorismo, la tortura, la violencia, la esterilización directa, son prácticas contrarias al respeto a la integridad corporal de la persona humana.

4. El sexto mandamiento: No cometerás actos impuros.
Dios ha creado al hombre como varón y mujer, con igual dignidad personal, y ha inscrito en él la vocación del amor y de la comunión. Corresponde a cada uno aceptar la propia identidad sexual, reconociendo la importancia de la misma para toda la persona, su especificidad y complementariedad (CCIC 487).
a. ¿Qué es la castidad?
En este sentido, la castidad –virtud moral, don de Dios, gracia y fruto del Espíritu Santo–, supone la adquisición del dominio de sí mismo, como expresión de libertad humana destinada al don de uno mismo. Todos, siguiendo a Cristo –modelo de castidad– estamos llamados a llevar una vida casta según el propio de estado de vida: ya bien en virginidad o celibato consagrados, ya bien viviendo la castidad conyugal –estando casados–, ya bien predicando la castidad con la continencia, en el caso de los no casados.
b. ¿Cuáles son los principales pecados contra la castidad?
Son pecados gravemente contrarios a la castidad el adulterio, la masturbación, la fornicación, la pornografía, la prostitución, el estupro y los actos homosexuales (CCIC 492). Aunque en el texto bíblico del Decálogo se dice «no cometerás adulterio» (Ex 20,14) la Tradición de la Iglesia tiene en cuenta todas las enseñanzas morales del Antiguo y del Nuevo Testamento, y considera que el sexto mandamiento como referido al conjunto de todos los pecados contra la castidad.
c. ¿Cuáles son los bienes del amor conyugal al que está ordenada la sexualidad? Los bienes del amor conyugal, que para los bautizados está santificado en el sacramento del Matrimonio, son: la unidad, la fidelidad, la indisolubilidad y la apertura a la fecundidad. En este ámbito, el acto conyugal tiene un doble significado: de unión (la mutua donación de los cónyuges), y de procreación (la apertura a la transmisión de la vida). En consecuencia, las ofensas a la dignidad del Matrimonio son las siguientes: el adulterio, el divorcio, la poligamia, el incesto, la unión libre (convivencia, concubinato) y el acto sexual antes o fuera del Matrimonio.

5. El séptimo mandamiento: No robarás.
a. ¿Qué prescribe el séptimo mandamiento?
El séptimo mandamiento prescribe el respeto a los bienes ajenos mediante la práctica de la justicia y de la caridad, de la templanza y de la solidaridad. En particular exige el respeto a las promesas y a los contratos estipulados; la reparación de la injusticia cometida y la restitución del bien robado; el respeto a la integridad de la Creación.
b. ¿Qué prohíbe el séptimo mandamiento?
Ante todo prohíbe el robo, que es la usurpación del bien ajeno contra la razonable voluntad de su dueño. También cuando se pagan salarios injustos; cuando se especula haciendo variar artificialmente el valor de los bienes para obtener beneficio en detrimento ajeno y cuando se falsifican cheques o facturas. Prohíbe, además, cometer fraudes fiscales o comerciales y ocasionar voluntariamente un daño a las propiedades privadas o públicas. Prohíbe igualmente la usura, la corrupción, el abuso privado de bienes sociales, los trabajos culpablemente mal realizados y el despilfarro.

6. El octavo mandamiento: No darás falso testimonio ni mentirás.
Toda persona está llamada a la sinceridad y a la veracidad en el hacer y en el hablar. En Jesucristo, la verdad de Dios se ha manifestado íntegramente: Él es la Verdad. Quien le sigue vive en el espíritu de la verdad, y rechaza la doblez, la simulación y la hipocresía.
a. ¿Qué prohíbe el octavo mandamiento?
El octavo mandamiento prohíbe:
– El falso testimonio, el perjurio y la mentira, cuya gravedad se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, de las circunstancias, de las intenciones del mentiroso y de los daños ocasionados a las víctimas.
– El juicio temerario, la maledicencia, la difamación y la calumnia, que perjudican o destruyen la buena reputación y el honor a los que tiene derecho toda persona.
– El halago, la adulación o la complacencia, sobre todo si están orientadas a pecar gravemente o para lograr ventajas ilícitas
b. ¿Qué exige el octavo mandamiento?
El octavo mandamiento exige el respeto a la verdad, acompañado de la discreción de la caridad:
– En la comunicación e información que deben valorar el bien personal y común, la defensa de la vida privada y el peligro del escándalo.
– En la reserva de los secretos profesionales, que han de ser siempre guardados, salvo en casos excepcionales y por motivos graves y proporcionados.
– En el respeto a las confidencias hechas bajo exigencia de secreto.

7. El noveno mandamiento: No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
a. ¿Qué exige el noveno mandamiento?
El noveno mandamiento no se opone al deseo sexual en sí, sino al deseo desordenado. La «concupiscencia», contra la que alerta la Sagrada Escritura, es el predominio de lo impulsivo sobre toda la persona y la pecaminosidad que surge de ello. 
Sin embargo, «la atracción erótica entre el hombre y la mujer ha sido creada por Dios y es por eso buena; pertenece al ser sexuado y a la constitución biológica del ser humano. Se encarga de que se unan el hombre y la mujer y de que de su amor pueda brotar la descendencia. Esta unión debe ser protegida por el noveno mandamiento. Jugando con fuego, es decir, por un trato imprudente con la chispa erótica entre el hombre y la mujer, no es lícito poner en peligro el ámbito protegido del matrimonio y la familia» (YOUCAT, 462).
b. ¿Cómo llegar a la pureza de corazón?
El bautizado, con la gracia de Dios y luchando contra los deseos desordenados, alcanza la pureza del corazón mediante la virtud y el don de la castidad, la pureza de intención, la pureza de la mirada exterior e interior, la disciplina de los sentimientos y de la imaginación, y con la oración. La pureza también exige el pudor que, preservando la intimidad de la persona, expresa la delicadeza de la castidad y regula las miradas y gestos, en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas. El pudor libera del difundido erotismo y mantiene alejado cuanto favorece la curiosidad morbosa (CCIC 529-530).

8. El décimo mandamiento: No codiciarás los bienes ajenos.
a. ¿Qué manda y qué prohíbe el décimo mandamiento?
Este mandamiento, que complementa al anterior, exige una actitud interior de respeto en relación con la propiedad ajena, y prohíbe la avaricia, el deseo desordenado de los bienes de otros y la envidia, que consiste en la tristeza experimentada ante los bienes ajenos del prójimo y en el deseo desordenado de apropiarse de los mismos.
b. ¿Qué exige Jesús con la pobreza del corazón?
Jesús exige a sus discípulos que le antepongan a Él respecto a todo y a todos. El desprendimiento de las riquezas –según el espíritu de la pobreza evangélica– y el abandono a la providencia de Dios, que nos libera de la preocupación por el mañana, nos preparan para la bienaventuranza de «los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt 5,3).
c. ¿Cuál es el mayor y más íntimo  deseo del hombre?
El mayor y más íntimo deseo del hombre es ver a Dios. Éste es el grito de todo su ser: «¡Quiero ver a Dios!». El hombre, en efecto, realiza su verdadera y plena felicidad en la visión y en la bienaventuranza de Aquél que lo ha creado por amor, y lo atrae hacia sí en su infinito amor.

9. Reflexión YOUCAT
«El que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir»
San Gregorio de Nisa
(335 Capadocia – 394 Nyssa)

10. Lecturas recomendadas
– SANTA BIBLIA: (Mt 5), (Mt 22), (Hch 5), (Ex 20), (Ex 23)
– COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA: 455-533
– YOUCAT: 367-468