miércoles, 18 de diciembre de 2019

16. Vivir como Jesús (IV) [27/5/20]

EL PECADO Y SUS CONSECUENCIAS

1. ¿Qué es el pecado?
El pecado es «una palabra, un acto o un deseo contrarios a la Ley eterna» (San Agustín). Es una ofensa a Dios, a quien desobedecemos en vez de responder a su amor. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Cristo, en su Pasión, revela plenamente la gravedad del pecado y lo vence con su misericordia (CCIC 392).
Pecar significa más que infringir alguna de las normas acordada por los hombres. El pecado se dirige libre y conscientemente contra el amor de Dios y lo ignora. El pecado es, en definitiva, «el amor de sí hasta el desprecio de Dios» (San Agustín), y en caso extremo la criatura dice: Quiero ser «como Dios» (Gén 3,5).
Así como el pecado me carga con el peso de la culpa, me hiere y me destruye con sus consecuencias, igualmente envenena y afecta también mi entorno. En la cercanía de Dios se hacen perceptibles el pecado y su gravedad (YOUCAT 315).

2. Diversidad de pecados
La variedad de pecados es grande. Pueden distinguirse según su objeto o según las virtudes o mandamientos a los que se oponen; pueden referirse directamente a Dios, al prójimo o a nosotros mismos; se les puede también distinguir en pecados de pensamiento, palabra, obra u omisión.
a. El pecado original.
«El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (Rm 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad» (CIC 397).
b. Pecados mortales y veniales.
Según su gravedad el pecado se considera grave o mortal y leve o venial.
Se comete pecado mortal cuando se dan, al mismo tiempo, materia grave, plena advertencia y deliberado consentimiento. Este pecado destruye en nosotros la caridad, nos priva de la gracia santificante (ver más adelante) y, a menos que no nos arrepintamos, nos conduce a la muerte eterna del infierno. Se perdona, por vía ordinaria, mediante los sacramentos del Bautismo y la Reconciliación.
El pecado venial se comete cuando la materia es leve o bien cuando, siendo grave la materia, no se da plena advertencia o perfecto consentimiento. Este pecado no rompe la alianza con Dios; sin embargo, debilita la caridad, entraña un afecto desordenado a los bienes creados, impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y en la práctica del bien moral y merece penas temporales de purificación.
c. Vicios o pecados capitales.
Cuando el pecado prolifera en nosotros y se repite con frecuencia y persistencia se genera el vicio, por lo que los vicios, siendo contrarios a las virtudes, son hábitos perversos que oscurecen la conciencia e inclinan al mal. Los vicios también pueden ser referidos a los pecados capitales, a saber: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza.
d. ¿Tenemos responsabilidad sobre los pecados de los demás?
No, no somos responsables de los pecados de otras personas, a no ser que seamos culpables por haber inducido a alguien a pecar, por haber colaborado en su pecado, por haber animado a otros en su pecado o por haber omitido a tiempo una advertencia o una ayuda (YOUCAT 319).

3. La Inmaculada Concepción
Para ser la Madre del Salvador, María fue «dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante» (LG 56). El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como «llena de gracia» (Lc 1, 28). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios (CIC 490).
A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María «llena de gracia» por Dios (Lc 1, 28) había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX (CIC 491):
«... la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus: DS, 2803).
Esta «resplandeciente santidad del todo singular» de la que ella fue «enriquecida desde el primer instante de su concepción» (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es «redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo» (LG 53). El Padre la ha «bendecido [...] con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo» (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. Él la ha «elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor» (Ef 1, 4) (CIC 492).
Los Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios «la Toda Santa» (Panaghia), la celebran «como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo» (LG 56). Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida (CIC 493).

4. Nuestros pecados y la promesa de salvación
A causa del pecado, no todos los hombres, ni siempre, son capaces de percibir en modo inmediato y con igual claridad la ley natural. ¿Y qué es la ley natural? La ley natural, inscrita por el Creador en el corazón humano, consiste en una participación de la sabiduría y bondad de Dios, y expresa el sentido moral originario, que permite discernir el bien del mal, mediante la razón. La ley natural es inmutable, y pone la base de los deberes y derechos fundamentales de la persona de la comunidad humana y de la misma ley civil (CCIC 416).
La Ley antigua constituye la primera etapa de la Ley revelada. Expresa muchas verdades naturalmente accesibles a la razón, que se encuentran afirmadas y convalidadas en las Alianzas de la salvación. Sus prescripciones morales, recogidas en los Mandamientos del Decálogo, ponen la base de la vocación del hombre, prohíben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo e indican lo que es esencial (CCIC 418).
La nueva Ley (Ley evangélica) proclamada y realizada por Cristo, es la plenitud y el cumplimiento de la ley divina, natural y revelada. Se resumen en el mandamiento de amar a Dios y al prójimo, y de amarnos como Cristo nos ha amado.
Pero, ¿cómo podemos justificar nuestros pecados para que sean perdonados? La justificación es la obra más excelente del amor de Dios. Es la acción misericordiosa y gratuita de Dios, que borra nuestros pecados y nos hace justos y santos en todo nuestro ser. Somos justificados por medio de la gracia del Espíritu Santo, que la Pasión de Cristo nos ha merecido y se nos ha dado en el Bautismo. Con la justificación comienza la libre respuesta del hombre, esto es, la fe en Cristo y la colaboración con la gracia del Espíritu Santo (CCIC 422)


5. Reflexión YOUCAT
«La virtud y también el vicio están en nuestro poder. Porque donde el actuar está en nuestro poder, también está el dejar de actuar, y donde está el no, también está el sí.»
Aristóteles
(382-322 a.C., junto a Platón, el mayor filósofo de la Antigüedad)

10. Lecturas recomendadas
-      SANTA BIBLIA: (Gn 3); (Rm 5); (Lc 1); (Ef 1)
-      COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA: 392-422
-      YOUCAT: 312-320
-      LG: Lumen Gentium, 56