miércoles, 18 de diciembre de 2019

16. Vivir como Jesús (IV) [27/5/20]

EL PECADO Y SUS CONSECUENCIAS

1. ¿Qué es el pecado?
El pecado es «una palabra, un acto o un deseo contrarios a la Ley eterna» (San Agustín). Es una ofensa a Dios, a quien desobedecemos en vez de responder a su amor. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Cristo, en su Pasión, revela plenamente la gravedad del pecado y lo vence con su misericordia (CCIC 392).
Pecar significa más que infringir alguna de las normas acordada por los hombres. El pecado se dirige libre y conscientemente contra el amor de Dios y lo ignora. El pecado es, en definitiva, «el amor de sí hasta el desprecio de Dios» (San Agustín), y en caso extremo la criatura dice: Quiero ser «como Dios» (Gén 3,5).
Así como el pecado me carga con el peso de la culpa, me hiere y me destruye con sus consecuencias, igualmente envenena y afecta también mi entorno. En la cercanía de Dios se hacen perceptibles el pecado y su gravedad (YOUCAT 315).

2. Diversidad de pecados
La variedad de pecados es grande. Pueden distinguirse según su objeto o según las virtudes o mandamientos a los que se oponen; pueden referirse directamente a Dios, al prójimo o a nosotros mismos; se les puede también distinguir en pecados de pensamiento, palabra, obra u omisión.
a. El pecado original.
«El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (Rm 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad» (CIC 397).
b. Pecados mortales y veniales.
Según su gravedad el pecado se considera grave o mortal y leve o venial.
Se comete pecado mortal cuando se dan, al mismo tiempo, materia grave, plena advertencia y deliberado consentimiento. Este pecado destruye en nosotros la caridad, nos priva de la gracia santificante (ver más adelante) y, a menos que no nos arrepintamos, nos conduce a la muerte eterna del infierno. Se perdona, por vía ordinaria, mediante los sacramentos del Bautismo y la Reconciliación.
El pecado venial se comete cuando la materia es leve o bien cuando, siendo grave la materia, no se da plena advertencia o perfecto consentimiento. Este pecado no rompe la alianza con Dios; sin embargo, debilita la caridad, entraña un afecto desordenado a los bienes creados, impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y en la práctica del bien moral y merece penas temporales de purificación.
c. Vicios o pecados capitales.
Cuando el pecado prolifera en nosotros y se repite con frecuencia y persistencia se genera el vicio, por lo que los vicios, siendo contrarios a las virtudes, son hábitos perversos que oscurecen la conciencia e inclinan al mal. Los vicios también pueden ser referidos a los pecados capitales, a saber: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza.
d. ¿Tenemos responsabilidad sobre los pecados de los demás?
No, no somos responsables de los pecados de otras personas, a no ser que seamos culpables por haber inducido a alguien a pecar, por haber colaborado en su pecado, por haber animado a otros en su pecado o por haber omitido a tiempo una advertencia o una ayuda (YOUCAT 319).

3. La Inmaculada Concepción
Para ser la Madre del Salvador, María fue «dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante» (LG 56). El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como «llena de gracia» (Lc 1, 28). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios (CIC 490).
A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María «llena de gracia» por Dios (Lc 1, 28) había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX (CIC 491):
«... la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus: DS, 2803).
Esta «resplandeciente santidad del todo singular» de la que ella fue «enriquecida desde el primer instante de su concepción» (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es «redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo» (LG 53). El Padre la ha «bendecido [...] con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo» (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. Él la ha «elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor» (Ef 1, 4) (CIC 492).
Los Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios «la Toda Santa» (Panaghia), la celebran «como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo» (LG 56). Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida (CIC 493).

4. Nuestros pecados y la promesa de salvación
A causa del pecado, no todos los hombres, ni siempre, son capaces de percibir en modo inmediato y con igual claridad la ley natural. ¿Y qué es la ley natural? La ley natural, inscrita por el Creador en el corazón humano, consiste en una participación de la sabiduría y bondad de Dios, y expresa el sentido moral originario, que permite discernir el bien del mal, mediante la razón. La ley natural es inmutable, y pone la base de los deberes y derechos fundamentales de la persona de la comunidad humana y de la misma ley civil (CCIC 416).
La Ley antigua constituye la primera etapa de la Ley revelada. Expresa muchas verdades naturalmente accesibles a la razón, que se encuentran afirmadas y convalidadas en las Alianzas de la salvación. Sus prescripciones morales, recogidas en los Mandamientos del Decálogo, ponen la base de la vocación del hombre, prohíben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo e indican lo que es esencial (CCIC 418).
La nueva Ley (Ley evangélica) proclamada y realizada por Cristo, es la plenitud y el cumplimiento de la ley divina, natural y revelada. Se resumen en el mandamiento de amar a Dios y al prójimo, y de amarnos como Cristo nos ha amado.
Pero, ¿cómo podemos justificar nuestros pecados para que sean perdonados? La justificación es la obra más excelente del amor de Dios. Es la acción misericordiosa y gratuita de Dios, que borra nuestros pecados y nos hace justos y santos en todo nuestro ser. Somos justificados por medio de la gracia del Espíritu Santo, que la Pasión de Cristo nos ha merecido y se nos ha dado en el Bautismo. Con la justificación comienza la libre respuesta del hombre, esto es, la fe en Cristo y la colaboración con la gracia del Espíritu Santo (CCIC 422)


5. Reflexión YOUCAT
«La virtud y también el vicio están en nuestro poder. Porque donde el actuar está en nuestro poder, también está el dejar de actuar, y donde está el no, también está el sí.»
Aristóteles
(382-322 a.C., junto a Platón, el mayor filósofo de la Antigüedad)

10. Lecturas recomendadas
-      SANTA BIBLIA: (Gn 3); (Rm 5); (Lc 1); (Ef 1)
-      COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA: 392-422
-      YOUCAT: 312-320
-      LG: Lumen Gentium, 56


sábado, 23 de noviembre de 2019

17. Vivir como Jesús (V) [31/5/20]

LA SALVACIÓN DE DIOS

Iniciamos este nuevo contenido –que finaliza el ciclo «Vivir como Jesús»–, dando continuidad al contenido anterior en el que hablábamos de manera muy general de cómo, mediante esa extraordinaria obra de amor que es la justificación, Dios borra nuestros pecados, nos hace justos y santos en todo nuestros ser. En esta nueva entrega ahondaremos algo más en este tema fundamental para todo cristiano.

1. Introducción
San Pablo declara: «Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios» (Rom 3,23). El pecado no puede existir ante Dios, que es completamente justicia y verdad. Si el pecado es digno de la nada, ¿qué pasa con el pecador? (YOUCAT 337) Ante este panorama desolador estaríamos perdidos si no fuera, de nuevo, por el amor infinito del Creador hacia sus criaturas, pues Dios ha encontrado una vía que aniquila el pecado y salva al pecador, devolviéndole a su sitio, es decir, lo vuelve a hacer justo. Por eso, desde antiguo, la redención también se denomina justificación. Un hombre no se hace justo por sus propias fuerzas, no puede perdonarse el pecado ni liberarse de la muerte. Para ello, debe actuar Dios en nosotros y además por misericordia, no porque lo mereciéramos.
Dios nos regala en el Bautismo «la justicia de Dios por la fe en Jesucristo» (Rom 3,22). Por el Espíritu Santo, que ha sido derramado en nuestros corazones, morimos al pecado y nacemos a la vida nueva en Dios (YOUCAT 338).

2. ¿Qué es la gracia?
Llamamos gracia al acercamiento gratuito  amoroso de Dios a nosotros. «La gracia –dice el papa Benedicto XVI– es ser contemplado por Dios, ser tocado por su amor». La gracia no es un objeto, sino la comunicación de sí mismo que Dios hace a los hombres.
La gracia nos ha sido infundida de lo alto y no se puede explicar por causas intramundanas (gracia sobrenatural). Nos convierte en hijos de Dios –especialmente por el Bautismo– y herederos del cielo (gracia santificante o divinizadora). Nos otorga una inclinación interior permanente al bien (gracia habitual). La gracia nos ayuda a conocer, querer y hacer todo lo que conduce al Bien, a Dios y al cielo (gracia actual). La gracia se da de modo especial en los sacramentos (gracia sacramental). También se muestra en especiales dones de gracia que se conceden a cristianos individuales —carismas— o en fuerzas especialmente prometidas al estado del matrimonio, del Orden y al estado religioso (gracia de estado).
Sin embargo, a la oferta de la gracia se puede también decir que no, pues la gracia de Dios sale al encuentro del hombre en libertad, aunque la gracia no es nada exterior o extraño al hombre, pues es aquello que desea en realidad en los más íntimo de su ser. Dios, al movernos mediante su gracia, se anticipa a la respuesta libre del hombre.
Finalmente, ningún hombre puede alcanzar el cielo por sus propias fuerzas, pues por más que seamos salvados por la gracia y por la fe, tanto más debe mostrarse en nuestras buenas obras el amor que hace brotar la acción de Dios en nosotros.

3. ¿Qué es la santidad?
Todo hombre se hace preguntas como: ¿quién soy yo?, ¿para qué estoy aquí?, ¿cómo puedo ser yo mismo?... La fe responde que sólo en la santidad llega el hombre a ser aquello para lo que lo creó Dios. Sólo en la santidad encuentra el hombre la verdadera armonía consigo mismo y con su Creador. Pero la santidad no es una perfección hecha a la medida de uno mismo, sino la unión con el amor hecho carne, que es Cristo (YOUCAT 342).

4. La Iglesia
a. ¿Cómo nutre la Iglesia la vida moral del cristiano?
La Iglesia es la comunidad donde el cristiano acoge la Palabra de Dios y las enseñanzas de la «Ley de Cristo» (Ga 6,2); recibe la gracia de los sacramentos; se une a la ofrenda eucarística de Cristo, transformando así su vida moral en un culto espiritual; aprende del ejemplo de santidad de la Virgen María y de los santos (CCIC 429).
La fe es un camino, pero cómo se mantiene uno en este camino, es decir, cómo se vive de forma justa y buena, pues no siempre se puede deducir de las indicaciones del Evangelio una respuesta nuestra a una determinada circunstancia. No existe una doble verdad, lo que es correcto desde el punto de vista humano no puede ser falso desde el punto de vista cristiano; y viceversa, lo que es correcto para el cristiano, no puede ser falso humanamente. Por eso la Iglesia debe pronunciarse acerca de todas las cuestiones morales.
b. ¿Qué son y qué finalidad tienen los preceptos de la Iglesia?
En esta dirección, la Iglesia establece una serie de preceptos que tienen por finalidad garantizar que los fieles cumplan con lo mínimo indispensable en relación al espíritu de oración, a la vida sacramental, al esfuerzo moral y al crecimiento en el amor a Dios y al prójimo.
c. ¿Cuáles son los preceptos de la Iglesia?
Los preceptos o mandamientos de la Iglesia son cinco:
1. Participar en la Misa todos los domingos y fiestas de guardar, y no realizar trabajos y actividades que puedan impedir la santificación de estos días.
2. Confesar los propios pecados, mediante el sacramento de la Reconciliación al menos una vez al año.
3. Recibir el sacramento de la Eucaristía al menos en Pascua.
4. Abstenerse de comer carne y observar el ayuno en los días establecidos por la Iglesia.
5. Ayudar a la Iglesia en sus necesidades materiales, cada uno según sus posibilidades.
d. ¿Por qué la vida de moral de los cristianos es indispensable para el anuncio del Evangelio?
La vida moral de los cristianos es indispensable para el anuncio del Evangelio, porque, conformando su vida con la del Señor Jesús, los fieles atraen a los hombres a la fe en el verdadero Dios, edifican la Iglesia, impregnan el mundo con el espíritu del Evangelio y apresuran la venida del Reino de Dios.

5. Reflexión YOUCAT
«Ser santo no es oficio de pocos ni una pieza de museo. La santidad ha sido en todo tiempo la sustancia de la vida cristiana.»
Don Luigi Giussani
(1922-2005, sacerdote italiano,
fundador de Comunión y Liberación)

6. Lecturas recomendadas
-      SANTA BIBLIA: (Rom 3); (Gal 6)
-      COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA: 392-422
-      YOUCAT: 333-347; 121-145

viernes, 22 de noviembre de 2019

18. Cómo debemos orar (I) [2/6/20]

1. Introducción
La oración es la gran puerta de entrada en la fe. Quien ora ya no vive de sí mismo, para sí mismo y por sus propias fuerzas. Sabe que hay un Dios a quien se puede hablar. Una persona que ora se confía cada vez más a Dios. Busca ya desde ahora la unión con aquel a quien encontrará un día cara a cara. Por eso pertenece a la vida cristiana el empeño por la oración cotidiana (YOUCAT 469).

2. Hablar con Dios: ¿por qué y para qué?
A menudo nos olvidamos de Dios, huimos de él y nos escondemos. Pero, aunque evitemos pensar en Dios, aunque le neguemos, él está siempre junto a nosotros. Nos busca, antes de que nosotros le busquemos, tiene sed de nosotros, nos llama. Uno habla con su conciencia y se da cuenta, de pronto, de que está hablando con Dios. Uno se encuentra solo, no tiene con quien hablar y percibe entonces que Dios siempre está disponible para hablar. Uno está en peligro y se da cuenta de que Dios responde al grito de auxilio.
Orar es tan humano como respirar, comer, amar. Orar purifica. Orar hace posible la resistencia a las tentaciones. Orar fortalece en la debilidad. Orar quita el miedo, duplica las fuerzas, capacita para aguantar. Orar hace feliz (YOUCAT 470).

3. Las expresiones de la oración
La tradición cristiana ha conservado tres modos principales de expresar y vivir la oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa. Su rasgo común es el recogimiento del corazón.
a. Oración vocal
La oración vocal asocia el cuerpo a la oración interior del corazón; incluso quien practica la más interior de las oraciones no podría prescindir del todo en su vida cristiana de la oración vocal. En cualquier caso, ésta debe brotar siempre de una fe personal. Con el Padre nuestro, Jesús nos ha enseñado una fórmula perfecta de oración vocal.
b. La meditación
En modo alguno hemos de confundir la meditación cristiana con la meditación oriental. En este contexto, únicamente nos referiremos a la meditación que la Iglesia define como una reflexión orante, que parte sobre todo de la Palabra de Dios en la Biblia; hace intervenir a la inteligencia, la imaginación, la emoción, el deseo, para profundizar nuestra fe, convertir el corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo; es una etapa preliminar hacia la unión de amor con el Señor.
c. Oración contemplativa
La oración contemplativa es una mirada sencilla a Dios en el silencio y el amor. Es un don de Dios, un momento de fe pura, durante el cual el que ora busca a Cristo, se entrega a la voluntad amorosa del Padre y recoge su ser bajo la acción del Espíritu. Santa Teresa de Jesús la define como una íntima relación de amistad: «estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama» (CCIC 569-571).

4. El combate de la oración
La oración es un don de la gracia, pero presupone siempre una respuesta decidida por nuestra parte, pues el que ora combate contra sí mismo, contra el ambiente y, sobre todo, contra el Tentador, que hace todo lo posible para apartarlo de la oración. El combate de la oración es inseparable del progreso en la vida espiritual: se ora como se vive, porque se vive como se ora (CCIC 572).
a. Impopularidad de la oración
Además de los conceptos erróneos sobre la oración, muchos piensan que no tienen tiempo para orar o que es inútil orar. Quienes oran pueden desalentarse frente a las dificultades o los aparentes fracasos. Para vencer estos obstáculos son necesarias la humildad, la confianza y la perseverancia (CCIC 573).
b. Dificultades para orar
La dificultad habitual para la oración es la distracción, que separa de la atención a Dios, y puede incluso descubrir aquello a lo que realmente estamos apegados. Nuestro corazón debe entonces volverse a Dios con humildad. A menudo la oración se ve dificultada por la sequedad, cuya superación permite adherirse en la fe al Señor incluso sin consuelo sensible. La acedía es una forma de pereza espiritual, debida al relajamiento de la vigilancia y al descuido de la custodia del corazón (CCIC 574).
Por ello, la confianza filial se pone a prueba cuando pensamos que no somos escuchados. Debemos preguntarnos, entonces, si Dios es para nosotros un Padre cuya voluntad deseamos cumplir, o más bien un simple medio para obtener lo que queremos. Si nuestra oración se une a la de Jesús, sabemos que Él nos concede mucho más que este o aquel don, pues recibimos al Espíritu Santo, que transforma nuestro corazón.

5. La oración en el Antiguo Testamento
La oración en el Antiguo Testamento es una constante, algo que podemos ver reflejado en múltiples pasajes. Sin embargo, donde más significado adquiere la oración es en cuatro pilares: Abraham, Moisés, el Libro de los Salmos y los profetas.
a. Abraham
Abraham es un modelo de oración porque camina en la presencia de Dios, le escucha y obedece. Su oración es un combate de la fe porque, aún en los momentos de prueba, él continúa creyendo que Dios es fiel. Aún más, después de recibir en su propia tienda la visita del Señor que le confía sus designios, Abraham se atreve a interceder con audaz confianza por los pecadores (CCIC 536) –su intercesión por Sodoma es la primera gran oración de petición en la historia del pueblo de Dios– (YOUCAT 472).
b. Moisés
La oración de Moisés es modelo de la oración contemplativa: Dios, que llama a Moisés desde la zarza ardiente, conversa frecuente y largamente con él «cara a cara, como habla un hombre con su amigo» (Ex 33,11). De esta intimidad con Dios, Moisés saca la fuerza para interceder con tenacidad a favor del pueblo; su oración prefigura así la intercesión del único mediador, Cristo Jesús (CCIC 537).
c. Profetas
Los Profetas sacan de la oración luz y fuerza para exhortar al pueblo a la fe y a la conversión del corazón: entran en una gran intimidad con Dios e interceden por los hermanos, a quienes anuncian cuanto han visto y oído del Señor. Elías es el padre de los Profetas, de aquellos que buscan el Rostro de Dios. En el monte Carmelo, obtiene el retorno del pueblo a la fe gracias a la intervención de Dios, al que Elías suplicó así: «¡Respóndeme, Señor, respóndeme!» (1R 18, 37).
d. Libro de los Salmos
El Libro de los Salmos consta de 150 salmos. Son una colección de cantos y oraciones –que se remonta en parte a varios milenios–, que se rezan aún hoy en la comunidad eclesial, en la llamada liturgia de las horas. Los salmos son de los textos más hermosos de la literatura universal y conmueven también inmediatamente a los hombres modernos por su fuerza espiritual (YOUCAT 473).
Los Salmos son el vértice de la oración en el Antiguo Testamento: la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre. Indisociablemente individual y comunitaria, esta oración, inspirada por el Espíritu Santo, canta las maravillas de Dios en la creación y en la historia de la salvación. Cristo ha orado con los Salmos y los ha llevado a su cumplimiento. Por esto, siguen siendo un elemento esencial y permanente de la oración de la Iglesia, que se adaptan a los hombres de toda condición y tiempo (CCIC 540).

6. Jesús y la oración (CCIC 541-545)
Conforme a su corazón de hombre, Jesús aprendió a orar de su madre y de la tradición judía. Pero su oración brota de una fuente más secreta, puesto que es el Hijo de Dios que, en su humanidad santa, dirige a su Padre la oración filial perfecta.
a. ¿Cuándo oraba Jesús?
El Evangelio muestra frecuentemente a Jesús en oración. Lo vemos retirarse en soledad, con preferencia durante la noche; ora antes de los momentos decisivos de su misión o de la misión de sus apóstoles. De hecho toda la vida de Jesús es oración, pues está en constante comunión de amor con el Padre.
b. ¿Cómo oró Jesús en su pasión?
La oración de Jesús durante su agonía en el huerto de Getsemaní y sus últimas palabras en la Cruz revelan la profundidad de su oración filial: Jesús lleva a cumplimiento el designio amoroso del Padre, y toma sobre sí todas las angustias de la humanidad, todas las súplicas e intercesiones de la historia de la salvación; las presenta al Padre, quien las acoge y escucha, más allá de toda esperanza, resucitándolo de entre los muertos.
c. ¿Cómo nos enseña Jesús a orar?
Jesús nos enseña a orar no sólo con la oración del Padre nuestro, sino también cuando Él mismo ora. Así, además del contenido, nos enseña las disposiciones requeridas para una verdadera oración: la pureza del corazón, que busca el Reino y perdona a los enemigos; la confianza audaz y filial, que va más allá de lo que sentimos y comprendemos; la vigilancia, que protege al discípulo de la tentación.
d. ¿Porqué es eficaz nuestra oración?
Nuestra oración es eficaz porque está unida mediante la fe a la oración de Jesús. En Él la oración cristiana se convierte en comunión de amor con el Padre; podemos presentar nuestras peticiones a Dios y ser escuchados: «Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado» (Jn 16, 24).

7. Reflexión YOUCAT
«¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre? (Lc 2,49)

8. Lecturas recomendadas
-      SANTA BIBLIA: (Ex 33); (Jn 16); (1Rm 18)
-      COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA: 534-577
-      YOUCAT: 469-510

jueves, 7 de noviembre de 2019

19. Cómo debemos orar (II) [3/6/20]

1. El «Padrenuestro» (CCIC 578-581)
Jesús nos enseñó esta insustituible oración cristiana, el Padrenuestro, un día en el que un discípulo, al verle orar, le rogó: «Maestro, enséñanos a orar» (Lc 11,1).
a. ¿Qué lugar ocupa el Padrenuestro en las Escrituras?
El Padrenuestro es «el resumen de todo el Evangelio» (Tertuliano); «es la más perfecta de todas las oraciones» (Santo Tomás de Aquino). Situado en el centro del Sermón de la Montaña (Mt 5-7), recoge en forma de oración el contenido esencial del Evangelio.
b. ¿Por qué se le llama «la oración del Señor»?
Al Padrenuestro se le llama «Oración dominical», es decir «la oración del Señor», porque nos la enseñó el mismo Jesús, nuestro Señor.
c. ¿Qué lugar ocupa el Padrenuestro en la oración de la Iglesia?
Oración por excelencia de la Iglesia, el Padrenuestro es «entregado» en el Bautismo, para manifestar el nacimiento nuevo a la vida divina de los hijos de Dios. La Eucaristía revela el sentido pleno del Padrenuestro, puesto que sus peticiones, fundándose en el misterio de la salvación ya realizado, serán plenamente atendidas con la Segunda venida del Señor. El Padrenuestro es parte integrante de la Liturgia de las Horas.

2. Nos atrevemos a decir…
Durante la celebración de la Santa Misa, en la Liturgia Eucarística y coincidiendo con el Rito Eucarístico, el sacerdote –para introducir la oración del Padrenuestro– pronuncia la siguiente frase: «Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir: “Padre nuestro que estás en el cielo…”».
¿Y qué tiene eso de particular?, me podríais objetar. Pues bien, ocurre con cierta frecuencia que de tanto oír y repetir frases, oraciones o sentencias nos quedamos en la pura fonética, sin profundizar en su semántica, es decir, en su significado. Y esta frase es un ejemplo de ello, pues estamos más que familiarizados con ella ya que se repite en cada celebración de la Santa Misa.
Lo que tiene de particular es que es una frase que introduce a un diálogo con Dios tremendamente audaz y por ello las palabras: «nos atrevemos a decir», quizás debieran ser las responsables de hacernos meditar en la tremenda trascendencia que supone la oración del Padrenuestro.

3. Las siete peticiones
La estructura de la oración del Señor contiene una invocación de entrada –«Padre nuestro que estás en el cielo»–, siete peticiones a Dios Padre y un refrendo final –«Amén».  
De las siete peticiones, las tres primeras, más teologales, nos atraen hacia Él, para su gloria, pues lo propio del amor es pensar primeramente en Aquel que amamos. Estas tres súplicas sugieren lo que, en particular, debemos pedirle: la santificación de su Nombre, la venida de su Reino y la realización de su voluntad. Las cuatro últimas peticiones presentan al Padre de misericordia nuestras miserias y nuestras esperanzas: le piden que nos alimente, que nos perdone, que nos defienda ante la tentación y nos libre del Maligno.
a. INVOCACIÓN DE ENTRADA (1): Padre nuestro... (CCIC 583-584)
Nos atrevemos a invocar a Dios como «Padre», porque el Hijo de Dios hecho hombre nos lo ha revelado, y su Espíritu nos lo hace conocer. La invocación del Padre nos hace entrar en su misterio con asombro siempre nuevo, y despierta en nosotros el deseo de un comportamiento filial. Por consiguiente, con la oración del Señor, somos conscientes de ser hijos del Padre en el Hijo.
«Nuestro» expresa una relación con Dios totalmente nueva. Cuando oramos al Padre, lo adoramos y lo glorificamos con el Hijo y el Espíritu. En Cristo, nosotros somos su pueblo, y Él es nuestro Dios, ahora y por siempre. Decimos, de hecho, Padre «nuestro», porque la Iglesia de Cristo es la comunión de una multitud de hermanos, que tienen «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32).
b. INVOCACIÓN DE ENTRADA (2): «…que estás en el cielo…» (CCIC 586)
La expresión bíblica «cielo» no indica un lugar sino un modo de ser: Dios está más allá y por encima de todo; la expresión designa la majestad, la santidad de Dios, y también su presencia en el corazón de los justos. El cielo, o la Casa del Padre, constituye la verdadera patria hacia la que tendemos en la esperanza, mientras nos encontramos aún en la tierra. Vivimos ya en esta patria, donde nuestra «vida está oculta con Cristo en Dios» (Col 3,3).
c. 1ª PETICIÓN: «…santificado sea tu Nombre;» (CCIC 588-589)
Santificar el Nombre de Dios es, ante todo, una alabanza que reconoce a Dios como Santo. En efecto, Dios ha revelado su santo Nombre a Moisés, y ha querido que su pueblo le fuese consagrado como una nación santa en la que Él habita.
En el mundo en que vivimos, santificar el Nombre de Dios, que «nos llama a la santidad» (1Ts 4,7), es desear que la consagración bautismal vivifique toda nuestra vida. Asimismo, es pedir que, con nuestra vida y nuestra oración, el Nombre de Dios sea conocido y bendecido por todos los hombres.
d. 2ª PETICIÓN: «… venga a nosotros tu Reino;» (CCIC590)
La Iglesia invoca la venida final del Reino de Dios, mediante el retorno de Cristo en la gloria. Pero la Iglesia ora también para que el Reino de Dios crezca aquí ya desde ahora, gracias a la santificación de los hombres en el Espíritu y al compromiso de éstos al servicio de la justicia y de la paz, según las Bienaventuranzas. Esta petición es el grito del Espíritu y de la Esposa: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22,20).
e. 3ª PETICIÓN: «…hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.» (CCIC 591)
La voluntad del Padre es que «todos los hombres se salven» (1Tm 2,4). Para esto ha venido Jesús: para cumplir perfectamente la Voluntad salvífica del Padre. Nosotros pedimos a Dios Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo, a ejemplo de María Santísima y de los santos. Le pedimos que su benevolente designio se realice plenamente sobre la tierra, como se ha realizado en el cielo. Por la oración, podemos «distinguir cuál es la voluntad de Dios» (Rm 12,2), y obtener «constancia para cumplirla» (Hb 10, 36).
f. 4ª PETICIÓN: «Danos hoy nuestro pan de cada día;» (CCIC 592-593)
Al pedir a Dios, con el confiado abandono de los hijos, el alimento cotidiano necesario a cada cual para su subsistencia, reconocemos hasta qué punto Dios Padre es bueno, más allá de toda bondad. Le pedimos también la gracia de saber obrar, de modo que la justicia y la solidaridad permitan que la abundancia de los unos cubra las necesidades de los otros.
Pero ¿cuál es el sentido específicamente cristiano de esta petición? Puesto que «no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4), la petición sobre el pan cotidiano se refiere igualmente al hambre de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo, recibido en la Eucaristía, así como al hambre del Espíritu Santo. Lo pedimos, con una confianza absoluta, para hoy, el hoy de Dios: y esto se nos concede, sobre todo, en la Eucaristía, que anticipa el banquete del Reino venidero.
g. 5ª PETICIÓN: «… perdona nuestras ofensas como también perdonamos a los que nos ofenden;» (CCIC 594-595)
Al pedir a Dios Padre que nos perdone, nos reconocemos ante Él pecadores; pero confesamos, al mismo tiempo, su misericordia, porque, en su Hijo y mediante los sacramentos, «obtenemos la redención, la remisión de nuestros pecados» (Col 1,14). Ahora bien, nuestra petición será atendida a condición de que nosotros, antes, hayamos, por nuestra parte, perdonado.
La misericordia penetra en nuestros corazones solamente si también nosotros sabemos perdonar, incluso a nuestros enemigos. Aunque para el hombre parece imposible cumplir con esta exigencia, el corazón que se entrega al Espíritu Santo puede, a ejemplo de Cristo, amar hasta el extremo de la caridad, cambiar la herida en compasión, transformar la ofensa en intercesión. El perdón participa de la misericordia divina, y es una cumbre de la oración cristiana.
h. 6ª PETICIÓN: «…no nos dejes caer en la tentación…» (CCIC 596)
Pedimos a Dios Padre que no nos deje solos y a merced de la tentación. Pedimos al Espíritu saber discernir, por una parte, entre la prueba, que nos hace crecer en el bien, y la tentación, que conduce al pecado y a la muerte; y, por otra parte, entre ser tentado y consentir en la tentación. Esta petición nos une a Jesús, que ha vencido la tentación con su oración. Pedimos la gracia de la vigilancia y de la perseverancia final.
i. 7ª PETICIÓN: «…y líbranos del mal.» (CCIC 597)
El mal designa la persona de Satanás, que se opone a Dios y que es «el seductor del mundo entero» (Ap 12,9). La victoria sobre el diablo ya fue alcanzada por Cristo; pero nosotros oramos a fin de que la familia humana sea liberada de Satanás y de sus obras. Pedimos también el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo, que nos librará definitivamente del Maligno.
j. REFRENDO FINAL: «Amén»
¿Por qué concluye la oración con el término «Amén»?
«Después, terminada la oración, dices: Amén, refrendando por medio de este Amén, que significa “Así sea”, lo que contiene la oración que Dios nos enseñó» (San Cirilo de Jerusalén).

4. Reflexión YOUCAT
«Dios nunca cesa de ser Padre de sus hijos.»
San Antonio de Padua
(1195-1231, franciscano)

5. Lecturas recomendadas
-      SANTA BIBLIA: (Lc 11,1); (Mt 5-7); (Hch 4,32); (Col 3,3); » (1Ts 4, 7); » (Ap 22,20); (1Tm 2,4);  (Rm 12,2); (Hb 10, 36); (Mt 4,4); (Col 1,14); (Ap 12,9);
-      COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA: 578-598
-      YOUCAT: 511-527





viernes, 1 de noviembre de 2019

20. Cómo debemos orar (III) [4/6/20]

1. El «Ave María»
El Evangelio nos revela cómo María ora e intercede en la fe: en Caná (Jn 2,1-12) la madre de Jesús ruega a su Hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de otro banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la nueva Alianza, al pie de la Cruz (Jn 19,25-27), María es escuchada como la Mujer, la nueva Eva, la verdadera “madre de los que viven” (CIC 2618).
«Ave María» significa traducido del latín «Te saludo, María».
Dios te salve, María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres,
Y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
La primera parte de la oración más importante y conocida después del Padrenuestro –el «Ave María– se refiere a la Biblia (Lc 1,28); (Lc 1,42). La segunda parte es un añadido del siglo XVI:
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
«Pide a María con devoción, ella no dejará de atender tu necesidad, puesto que es misericordiosa, aún más, la madre de la misericordia» (San Bernardo de Claraval).
Benedicto XVI dice de María que: «Ella se dirige a nosotros diciendo: “No tengáis miedo de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Te la valentía de arriesgar con la bondad. Comprométete con Dios; y entonces verás que precisamente así tu vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota jamás”».
Aprender a orar con María es unirse a su plegaria: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Orar es, en definitiva, la entrega que responde al amor de Dios. Si como María decimos “sí”, Dios tiene la oportunidad de vivir su vida en nuestra vida (YOUCAT 479).

2. El «Rosario»
«El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. En esta plegaria repetimos muchas veces las palabras que la Virgen María oyó del Arcángel y de su prima Isabel. Palabras a las que se asocia la Iglesia entera. […] En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. […] Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana» (San Juan Pablo II).
a. ¿Cómo se reza el Santo Rosario?
En cada país o cultura hay ciertas adaptaciones que pueden variar ligeramente, con jaculatorios y otros incisos. En cualquier caso, para recitar el Rosario con verdadero provecho se debe estar en estado de gracia o por lo menos tener la firme resolución de renunciar al pecado mortal.
La estructura fundamental del rezo del Rosario es la siguiente:
1. Mientras se sostiene el Crucifijo hacer la Señal de la Cruz.
2. Credo u otra oración («Señor mío Jesucristo»).
3. Padrenuestro
4. Tres Avemarías (con las que se pueden pedir las tres virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad; o invocar a María como hija del Padre, Madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo).
5. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
6. Cinco decenas formadas por un Padrenuestro seguido de diez Avemarías y un Gloria.
7. Para concluir se puede rezar el «Salve» o recitar las letanías de la Virgen María.
b. Misterios del Rosario
MISTERIOS GOZOSOS (lunes y sábado)
– La encarnación del Hijo de Dios.
– La visitación de Nuestra Señora a su prima Santa Isabel.
– El nacimiento del Hijo de Dios en Belén.
– La Presentación del Señor Jesús en el templo de Jerusalén.
– La Pérdida del Niño Jesús y su hallazgo en el templo.
MISTERIOS DOLOROSOS (martes y viernes)
– La Oración de Nuestro Señor en el Huerto de Getsemaní.
– La Flagelación del Señor.
– La Coronación de espinas.
– Jesús con la cruz a cuestas camino del Monte Calvario.
– La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor.
MISTERIOS GLORIOSOS (miércoles y domingo)
– La Resurrección del Hijo de Dios.
– La Ascensión del Señor a los cielos.
– La Venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles.
– La Asunción de Nuestra Señora a los cielos.
– La Coronación de la Santísima Virgen como Reina de cielos y tierra.
MISTERIOS LUMINOSOS (jueves)
– El Bautismo de Jesús en el Jordán.
– La autorrevelación de Jesús en las bodas de Caná.
– El anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión.
– La Transfiguración.
– La Institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.

3. Reflexión YOUCAT
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38)

4. Lecturas recomendadas
-      SANTA BIBLIA: (Jn 2,1-12);  (Jn 19,25-27); (Lc 1,28); (Lc 1,42);  (Lc 1,38)           
-      YOUCAT: 479-481